TIEMPO PARA EL TIEMPO Y UN RATO MÁS*


*Trabajo presentado por el grupo de discusión clínica coordinado por la Lic. Corina Maruzza (2010)


Lic. Mariela Crescente.
Lic. Guillermina Ferron.
Lic. Luciana Romero.
Lic. Analía Fernández.

A medida que se desarrollaron los encuentros, fueron surgiendo comentarios de casos y dudas acerca de cómo llevarlos adelante. También se fue dando forma a un grupo que, en principio, no tenía muy en claro qué era esto de “discusión clínica”.
Los encuentros se fueron sucediendo y nuestros interrogantes iban creciendo. Finalmente llegó el momento de poder dar cuenta de qué se trabajó durante este año y una de nosotras puso en común lo que fue escribiendo de cada reunión.
Pensando e intentando escribir algunas ideas y preguntas que fuimos construyendo en el grupo, hubo una palabra que según nuestras asociaciones insistió “casi” en forma latente, a lo largo de los encuentros: el tiempo.
Frases como: “Tiempo de acomodar” “Tiempo de ver quién es el paciente”, “Necesidad de un tiempo de demora, de espera”, “Es importante poner en suspenso”…Todas estas frases que fueron circulando en nuestros intercambios, relacionadas al tiempo… ¿pero el tiempo de quién se trata?
¿Cuál es la relación que podemos pensar entre la posición del analista y el tiempo? Dos ideas posibles nos surgen: Hacer el tiempo y hacer tiempo… ¿Cómo “maniobra” el analista con ese hacer el tiempo? ¿Será que a veces el analista crea un tiempo y ese devenir-proceso-tiempo pasa a ser un aliado para generar el trabajo analítico?
Cristian tiene 11 años, se viste con ropa deportiva, le gusta y juega al fútbol, repitió 5to grado, es mellizo de Gabriel y vive con Basilia, tía abuela, en un departamento chico del barrio Fuerte Apache.
La consulta la realiza Basilia derivada del Hospital Roca, debido a que Cristian se pelea mucho en el colegio, se porta mal, contesta mal, pega, y a veces se va de la casa y no avisa. Cuando se le pregunta a él porque viene, señala que su mamá (por Basilia) no lo deja. No lo deja jugar a la pelota, ir a los cumpleaños de los amigos, quedarse a dormir en otros lugares, también podría agregar venir al tratamiento, o ir a la escuela.
Desde el inicio del tratamiento Cristian elige juegos reglados, aceptando las reglas que en algunas oportunidades eran creadas por él o en otras las leíamos de los propios juegos. Si había alguna duda, se despejaba tomando él mismo la iniciativa de consultar las instrucciones. En una sesión elige un juego de cartas, parecido al “chancho va”, y antes de comenzar a jugar dice: “necesito tiempo para acomodar” “tiempo para contar”. 
Estos dichos tomaron relevancia, porque nos hizo pensar que los niños en análisis pueden en el mejor de los casos querer contar su historia, y para contarla se necesita de un tiempo, que no es el cronológico, sino un tiempo a construir. Un tiempo donde se construye el sujeto. Para ello, es necesario un Otro, Otro que sostenga la escena de juego, que sobreviva a los diferentes embates del tratamiento, que distinga tiempos, que aloje al niño.
La pregunta al principio que se hacía una compañera era ¿porque había hechos que este niño no mencionaba en su análisis?, ¿porqué había cosas que no entraban al consultorio? La respuesta fue paciencia, brindar un tiempo para que pueda ser dicho y puesto en juego aquello que parecía quedar por fuera. Ese tiempo que fuimos construyendo tuvo efecto, Cristian comenzó a contar su historia mientras jugaba y acomodaba nuevamente las cartas.
La pregunta respecto al tiempo para ver quién es el paciente, surgió de un cuestionamiento traído por una de nuestras compañeras, con relación a la Orientación a padres, y la supuesta implicancia, o efecto que tiene esa manera de nombrar, la cual llevó a otras preguntas tales como: ¿Qué es orientar? ¿Se supone que algo se “desorientó”? ¿Existiría algún camino que hay que seguir y habría que reorientar? 
Un padre asistió a una entrevista de orientación con su mujer, y en un momento de la entrevista se enojó y dijo “Yo vine porque quiero que me alguien me diga que tengo que hacer con mi hijo, esto es una orientación, a mi me derivaron a una orientación…”, luego de decir esto se levantó y abandono el consultorio diciéndole a su esposa que se quedara ella, que él la esperaba afuera.
Frente a esto empezamos a pensar en el tiempo relacionado con la posición del analista, tal vez a veces el analista se apure un poco y no se tome el tiempo necesario para poder dar cuenta de quién es el paciente.
Cómo decía Pichón Riviere: “Yo abro la puerta y que pase el que pueda”. Para eso, sin duda, es importante estar dispuestos, para poder jugar el lugar que nos otorga el otro.  Y acá pueden venir a cuenta dos conceptos escuchados por una de nuestras compañeras en un curso en la que se estaba hablando del lugar de los padres en la clínica con niños: la “paciencia amorosa” es uno y el de “tirar la toalla” es otro…Nos atreveríamos a apropiarnos de estas palabras, y plantear que la posición del analista requiere de paciencia amorosa, paciencia para esperar, para no saber, para soportar las dudas, para sostener el obstáculo, tarea nada fácil, y muchas veces molesta, tarea que genera malestar; y probablemente frente a eso muchas veces en nuestra clínica de todos los días se vuelve bastante importante no tirar la toalla… apostar una y otra vez, en cada sesión.
Cuando se presenta el obstáculo en el análisis es necesario que haya una lectura de eso que acontece, para que haya una lectura es necesario un lector, para que haya un análisis es necesario un analista. El obstáculo se puede pensar como aquello que convoca al analista a sostener lo que surge, que convoca a ser leído; abre pregunta… A modo de brújula el obstáculo es aquello que llama a la posición  del analista a sentirse de tal o cual forma; lo conmueve, lo incentiva, lo cautiva…
Creemos que el tiempo es fundamental en un análisis, pero también lo es para el analista quien debe tomarse “su tiempo” para poder evaluar si puede o no escuchar a un determinado paciente.
Los inicios en la clínica no son fáciles. Todos los años de estudio sirven para estar advertidos de muchas cosas, pero no vamos a encontrar en un libro en qué momento es adecuado tener entrevista con padres, qué hacer cuando un paciente llora y nosotros tenemos ganas de llorar con él, qué hacer cuando nos enojamos…
No sólo al paciente que viene a consulta le pasan cosas. A los analistas también. Y sentirá diferentes sensaciones, tantas como pacientes pueda tener. Pero entonces, ¿el analista puede tener algún sentimiento a lo largo de la dirección de un tratamiento? Creemos que si, porque aunque el analista en función  no aparezca como persona, no deja de ser un sujeto, de carne y hueso, con nombre y apellido y que además siente. Y puede hacerlo, el punto es también que pueda percatarse de los obstáculos, estar advertido  de eso que siente, que pueda trabajarlo en su propia experiencia de análisis o en supervisión… que pueda tomarse el tiempo para ello.
No se trata entonces de no enojarse, de “sostener” o “aguantar” a un paciente o el tratamiento, sino de poder trabajar estos sentimientos cuando aparecen… a su debido tiempo.
Para cerrar nos gustaría compartir una frase de Liliana Cazenave de su libro "La dirección de la cura en el psicoanálisis con niños y púberes" :
"Es necesario tiempo para que un niño llegue a adulto, un tiempo  para que tome la palabra y se responsabilice con respecto a ella, un tiempo para que su relación al goce quede decidida...El sujeto no puede pensarse sin una dimensión temporal: hace falta tiempo para devenir a la realización subjetiva"
(Liliana Cazenave "La dirección de la cura en el psicoanálisis con niños y púberes" Centro Pequeño Hans. Clase 11-05-99)