LA CONCLUSIÓN DEL TRATAMIENTO CON NIÑOS EN EL HOSPITAL. EL CASO POR CASO Y UN CONCLUIR A MODO DE INTERVENCIÓN ANALÍTICA*

*Trabajo presentado en la 1º Jornada del Equipo de Niños del Hospital Alvarez: “La clínica hospitalaria, obstáculos e invenciones” (2011)
Lic. Guido Beltrami
Los padres de Francisco se acercan al hospital luego de descartar la opción de realizar esta misma consulta a través de su obra social. Alegan que no tienen buenas referencias y que una conocida de la madre les recomendó el equipo de niños.
A comienzos de 1º grado la maestra describe que Francisco (6) es inseguro, que necesita de su aprobación para hacer la tarea, “pregunta para estar tranquilo” y no trabaja en forma independiente.
En principio, la derivación del colegio parece ser un desencadenante para que los padres de Francisco decidan hacer la consulta, sin embargo, previo a la derivación por parte del colegio, el año anterior al ingreso a 1º grado, la fonoaudióloga y el pediatra sugieren ambos tratamiento psicológico debido a que Francisco padecía hacía unos meses de terrores nocturnos.
Los padres refieren: “A las dos horas de haberse acostado Francisco se levanta muy traspirado, aplaude, va y viene, se mira al espejo, tiene cara de asustado, a veces se pega, también tiembla, llora, o tiene frío, y habitualmente le salen ronchas”. Francisco no recuerda nada de lo que pasa cuando se levanta de la cama. Los padres solo lo contienen cuando se despierta durante la noche pero que no saben que hacer con esto. La pediatra descartó enfermedad alguna en su momento y derivó a Francisco al psicólogo en 2008.
Sin embargo, los padres recién deciden hacer la consulta ya terminando el 1° grado de Francisco (finales de 2009) obviando las derivaciones de la fonoaudióloga y el pediatra en 2008. Desde abril de 2009, momento de la derivación del colegio hasta octubre, que tengo las primeras entrevistas con ambos padres, pasaron 6 meses más, a lo que los padres aluden: “desde abril tuvimos que digerirlo nosotros”.
¿Que querrán decir los padres con este comentario?...
El es arquitecto y ella docente. La madre no ejerce la docencia desde que se casó hace 12 años y se dedica a la crianza de sus hijos, Francisco de 6 años y su hermana de 9 años.
Desde un inicio aclaran que Francisco concurre a la fonoaudióloga desde los 2 ½ años. Indago un poco respecto al tratamiento y dejan entrever por lo menos 2 diagnósticos: “retraso en el desarrollo del lenguaje expresivo” y un 2º diagnostico: “trastorno fono-audiológico sintáctico”. “Tenia 2 años y no hablaba, no decía mamá, solo decía papá”.
En casa, los padres refieren que “es muy llorón, habla dando lástima, habla como bebé, tiene ataques de caprichos, no le gusta perder, y si pierde suele llorar. Si no le sale algo se pone mal y se enoja, y a veces le ha llegado a pegar a la madre. Muchas veces se levanta de mal humor. Socialmente esta muy bien, tiene amiguitos y se destaca entre ellos”.
“Te viene a pedir cosas llorisqueando, se lo marcamos y se pone mal y no da resultado. El nos está buscando siempre, nada de esto pasa en el colegio ni en la casa de los tíos. Es en casa que se rebela porque no somos tan tajantes dice el padre. En algunas cosas es obediente como apagar la luz o chequear que la casa este cerrada, pero para otras necesita que nos engranemos, como quedarse en la mesa, terminar de jugar a la computadora o bañarse”.
Desde el inicio de las entrevistas con los padres se observan diferencias notorias respecto al trato de cada uno con Francisco e incluso “distintas visiones respecto a casi todos los temas” comenta el padre. Algo de esto se pudo ver respecto al interés de ambos en las entrevistas iniciales. Al padre se lo observa un poco reticente al tratamiento de su hijo, a diferencia de la madre de Francisco, quien sí estaba muy interesada en ocuparse de los síntomas de su hijo.
Cuando la entrevisto a la madre me cuenta que: “quizás el hecho que haya estado enfermo de reflujo de muy chiquito, y que pudiera ahogarse, hizo que ella estuviera muy pendiente y apegada al él y que lo haya sobreprotegido demasiado. A mi me quedó esa cosa de indefenso. Que necesita que una lo atienda. A mi me da cosita. Yo soy tan insegura como Francisco”. Se puede observar a una madre que se pregunta por algo que le está pasando a su hijo, e intenta construir posibles explicaciones a los síntomas de su hijo.
El padre, en principio, parece estar preocupado por la falta de independencia, la cosa del dudar, lo inseguro que es y que siempre está preguntando aunque sepa. Sin embargo, lo que apareció como importante para el padre y clave en su decisión de traerlo a la consulta fue el que viniera teniendo reiterados terrores nocturnos.
A solas el padre me comenta: “La forma de ser de cada uno es así y va a ser así. Es innato de uno. No se si es genético o adquirido pero uno nace así y se muere con esas formas de ser.”  A raíz de preguntarle si esto que dice es tan así y como lo vive él, el padre comenta: “Siempre me sentí en inferioridad de condiciones: petiso, gordito, judío… en este país aprendí a vivir con todo esto. Gracias a Dios mis hijos salieron a mi mujer. Yo siempre miro desde afuera, no involucrándome demasiado. En la misma entrevista comenta que Francisco tiene miedo a equivocarse, a defraudar a los padres. Juega y participa desde afuera”. “¿Cómo sabes? Es la pregunta que siempre me hace Francisco. Me fastidia porque son preguntas muy obvias. ¿Cómo le explico que es marrón? ¿Qué alguien se llama Ramón? Pregunta como sabes en momentos inoportunos. A lo que pregunto: te preguntaste si ¿Se hace el sota? ó ¿realmente no sabe? ó ¿Si se hace el que no sabe? “En realidad no sabemos si no sabe. Con mi suegro pasa lo mismo, pregunta cosas que ya sabe. Quizás me fastidia que me trate como que no sé”.
Luego comenta que él supone que su hijo lo está cargando, poniéndolo a prueba, desafiándolo. “El quiere saber de donde lo sé yo”. La madre comenta: “Creo que lo subestimamos demasiado”. En otra entrevista el padre refiere: “cuesta que entienda pero va entendiendo. Yo sé que no debería enojarme pero pregunta tanto, es tan avasallador, que a la pregunta 22 me saco. El quiere decirte algo pero te lo pregunta. Te pregunta y después no te escucha cuando le explicas. Viene con mucho temor a preguntarme. No quiero que tenga ese temor hacia mí”. El padre parece ser alguien bastante autoritario tanto con su mujer como con sus hijos. El padre refiere: “si yo tengo que meterme se pudre todo…”, “yo soy el cuco…”.
Promediando los 6 meses de tratamiento, al salir del consultorio con Francisco, el padre me comenta de pasada: “Tuvo un terror nocturno y creo que está asociado con un episodio que yo generé”. Decido citarlo para trabajar esta cuestión. Palabras del padre: “Siempre en la relación fui severo, de dar paliza, luego le daba algún chirlo y hace rato que no le doy. Antes había situaciones pero ahora cuento hasta 10. A partir que venimos acá se le acabaron los terrores nocturnos. Pero ese día reaccioné mal y lo corrí y le pegué. Quizás le produje miedo. Ese día a la noche tuvo terror nocturno. Yo lo asocio a eso”. ¿Qué pasará que reaccionas así? “Es algo espontáneo mío, tengo que demostrar quien manda acá, si yo me quedara quieto estoy dejando que el siga reaccionando así”.
Algo que me llamó la atención y que pude pensarlo mucho después, fue cuando la madre -luego de comentarme hacía ya un tiempo, que estaba muy interesada en empezar a trabajar- me plantea al finalizar una entrevista a padres que la próxima entrevista con ella no podía venir porque coincidía con el horario de adjudicación para un puesto como docente. En ese momento, y antes que yo le respondiera, el marido le plantea que venga igual a la entrevista y que llegue más tarde a la adjudicación. Intervine dando lugar al interés de la madre y acordé otro horario con ellos. Por suerte para Francisco y para ella, la madre consigue el puesto en el colegio, que si hubiera llegado tarde pocas chances tenía. A raíz de ello, no solo que este cambio no afectó a Francisco (era un miedo de la madre) sino todo lo contrario, se empezó a vestir solo y a hacer la tarea sin necesitar a la madre, y con sorpresa para todos, el padre de Francisco se ocupó de los quehaceres hogareños durante la mañana. Después de unos meses la madre renuncia al verse colapsada con el trabajo y la culpa de no ocuparse de su hijo.
Promediando el tratamiento empecé a ubicar algunos cambios que se fueron dando paulatinamente en Francisco: dejó de llorisquear en el colegio, empezó a ser más independiente en el colegio, y a su vez también poder jugar solo, cuando antes reclamaba que jueguen con él, dejó de estar tan demandante con la madre, se viste solo, hace la tarea solo cuando antes la madre tenía que sentarse con él, trae notas muy buenas, se hizo amigos en las vacaciones y organizó partidos de futbol en la playa. La madre ubica que ya no está tan bebé y que empezó la escuelita de futbol 2 veces por semana. Está mucho menos cargoso y preguntón comenta el padre. Y sobre todo que los terrores nocturnos habían desaparecido.  
                                                                                      
¿Ustedes se preguntarán por que traigo este caso? Durante las entrevistas con Francisco se me hizo presente y necesario poder reflexionar respecto de una cuestión clínica importante. ¿Cuál? La de ¿Cuando concluir un tratamiento con niños en un hospital?
Cuando reflexiono respecto a un posible “concluir de un tratamiento” se me vienen a la mente algunos conceptos: alta institucional, conclusión, fin de análisis, interrupción, tiempo, transferencia, y alguna que otra más. Por cuestiones de tiempo voy a tomar los conceptos de “conclusión” y “alta institucional” e intentaré hacer algo con ellos.
Me pregunto nuevamente: ¿Hasta cuando un tratamiento con niños en el hospital? Pregunta de por sí difícil, y más si la queremos pensar de manera general o universal. Creo que es pertinente clínicamente articularla al caso por caso. Por eso intentaré pensar esta pregunta en el tratamiento con Francisco.  
En principio, considerar si hay diferencias entre un alta institucional y la conclusión de un tratamiento en el hospital.
El alta institucional puede pensarse desde el tiempo finito de atención que ofrece el servicio de salud mental, con sus extensiones si el caso lo amerita. O también puede pensarse a partir del levantamiento de los síntomas. Pero a mí, me parecía interesante, en el caso de Francisco, poder pensar el alta institucional desligándola de las variables “tiempo” y “remisión de síntomas” y considerar el alta institucional como un “momento de concluir”.
Momento de concluir que lo pienso a modo de intervención analítica. Es decir, un alta que habiéndose trabajado para ello permita en un futuro una posible formulación de demanda por parte de los padres. Es necesario concluir para que se pueda perder algo de “saber” por parte de los padres y poder así preguntarse algo. Un concluir pensado y ligado a intervenciones que apunten a que los padres se pregunten que tienen que ver ellos con lo que le pasa a su hijo. Vía un concluir poder devolverles algo para que se lleven a casa y que alguna posible demanda a futuro vaya decantando.  
En el caso Francisco, se ve como los padres tardaron un tiempo considerable, en hacer la consulta por su hijo, sabiendo de las derivaciones que habían realizado los distintos profesionales e incluso el colegio. Ellos aluden que “tenían que digerir la cuestión”. Sin embargo, y a riesgo de estar equivocado, no creo que se hayan dispuesto todavía a digerir la cuestión.
Luego de realizar la consulta y sostener el tratamiento durante 8 meses con abundantes entrevistas a padres, no observé que se haya cedido lo “suficiente” por parte de ellos dando cuenta que se sienten involucrados en lo que le pasa a su hijo. Tampoco pudo ponerse todavía algo en juego que permita trabajar las cuestiones fantasmáticas de los padres. Quizás les demande tiempo digerir la cuestión, o poder angustiarse por lo que le pasa con su hijo, pero será un tiempo que excede al tiempo institucional del hospital.
Mi intervención de concluir el tratamiento, más allá si coincide o no con los tiempos institucionales, apuntó a dejarles a los padres de Francisco una porción de responsabilidad subjetiva que vaya haciendo efecto para que en algún otro momento puedan venir en una posición más barrada y queriendo ceder algo más que sólo traer a Francisco, quien de alguna forma viene soportando los fantasmas de los padres: el del padre, creo que es el más importante de los dos, que se condensa en el significante “miedo-saber” y el significante materno de “bebé-indefenso”.
El significante saber está jugando todo el tiempo en la vida de Francisco. El pregunta todo el tiempo sobre todo, preguntas de un hijo que quiere agujerear al padre, a quien se le vuelve demanda y no sabe bien como ubicarse respecto a ella.
Pero también vemos en él una posición de “no saber” que está asociada al supuesto retraso en el lenguaje que tiene desde chico (no habla para el promedio de su edad, luego más adelante pronuncia con dificultad la R y entrando en la escolaridad es lento en lecto-escritura). Es así como Francisco ubicado en una posición de no saber, actúa como no sabiendo, o dicho de otro modo, se hace el que no sabe, y desde ahí se vincula con el mundo, mostrando así indicadores de algún posible diagnostico psicopedagógico. Los padres comentan que Francisco tenía a la hermana de 9 años como su traductora, o sino le adivinaban lo que quería decir. “Francisco quiere asegurarse que le entendimos, sino le entendemos se pone loco. A veces le cuesta hacerse entender o no sabe explicar lo que quiere decir”.
En el consultorio no dejaba ninguna duda de lo que quería, era claro a la hora de hablar y demostrar lo que tenía ganas. El significante saber también se apreciaba en las entrevistas con Francisco de dos maneras: una a modo de anticipación del saber, allí donde dice: “tenés los mismos juegos” y, otra donde desconoce el saber, ahí cuando dice: “no sé jugar”, cuando en realidad si sabía jugar”.
A diferencia de sus padres Francisco sí pudo hacer ciertos cambios a nivel subjetivo que se vieron reflejados en 2 cosas: en la evolución en su forma de jugar y,  en el apropiarse del fanatismo por el futbol.
Me atrevo a pensar que en este tiempo de entrevistas con Francisco esos cambios fueron la antesala para poder pensar la conclusión del tratamiento a modo de intervención para con los padres.  
Respecto al juego, Francisco empieza jugando en el consultorio a un juego y al terminarlo plantea: “bueno ¿y ahora?”. Se desespera por jugar a otro juego. Necesita cambiar de juego, no puede sostener el mismo juego varias veces. Esto al principio es bastante seguido, cuestión que me planteaba el ir a buscar con él al menos unos 4 juegos por entrevista.
Luego se empieza a instalar el juego de la oca en sus diferentes versiones. Varias veces juega como si no supiera, avanza y retrocede. También presenta una preocupación excesiva por la cuestión de ir perdiendo o ganando. “Estoy perdiendo”, “me vas ganando”, “me vas a ganar”.
El juego en un momento pasa de la oca a los palitos chinos y ahí empieza a jugar 2 o 3 veces al mismo juego. “Uno más y listo”. También incorpora el memo-test y ahí se observa lo rápido que es para jugarlo. En el veo-veo cuando es difícil elige colores equivocados sabiendo perfectamente cuales cada color.
Francisco comentó que siempre hay los mismos juegos, y habiéndole yo ofrecido que el trajera algunos de su casa, me dice que se olvida de traer los juegos. Seguido de eso me comenta que se compró el golazo (el juego de la oca pero con motivos de futbol, que ya habíamos jugado juntos en el consultorio). Dice que no le gusta dibujar y que no sabe que hacer y me pregunta que pasa si jugamos de vuelta al golazo. “¡Dale el desempate!”.
A partir de ahí, el golazo empieza a tener protagonismo durante todas las entrevistas hasta la conclusión del tratamiento. Ya en las ultimas entrevistas se lo ve más relajado jugando, pero sin dejar de tener preocupación por el ganar o perder.
El otro cambio subjetivo que se observó durante el tratamiento fue de como se fue apropiando del fanatismo por todo lo que tenga que ver con el futbol, los equipos, camisetas, campeonatos, partidos, resultados, etc. En el juego ese fanatismo se jugaba en el golazo. En un momento el padre me comenta lo sorprendido se sentía por todo lo que sabia su hijo de futbol: “sabe más que yo. El es de Racing por que yo soy de Racing. El abuelo es de boca. Yo tengo la intuición de que le gusta ser de boca. Cuando pierde boca se pone peor que cuando pierde Racing. Un día se puso a llorar mal porque lo echaron al técnico de boca y porque el señor se iba a quedar sin trabajo”.
Para terminar no quería dejar de realizar una observación que Francisco desplegó en las últimas entrevistas: Le pregunto ¿Te acordás para que venís? “Sí para aprender, jugar y hablar”… y ¿Tenés ganas de seguir viniendo? “No sé, las dos”… Al escuchar esto pensé, “aprender” ya lo estaba haciendo y muy bien en su colegio e incluso no quería perdérselo, “jugar” también lo estaba haciendo y por suerte prescindiendo de su madre, y “hablar”… simplemente para eso… ya habrá otro tiempo…