Lic. Guido Beltrami
Los padres de Francisco
se acercan al hospital luego de descartar la opción de realizar esta misma
consulta a través de su obra social. Alegan que no tienen buenas referencias y
que una conocida de la madre les recomendó el equipo de niños.
A comienzos de
1º grado la maestra describe que Francisco (6) es inseguro, que necesita de su
aprobación para hacer la tarea, “pregunta para estar tranquilo” y no trabaja en
forma independiente.
En principio,
la derivación del colegio parece ser un desencadenante para que los padres de Francisco
decidan hacer la consulta, sin embargo, previo a la derivación por parte del
colegio, el año anterior al ingreso a 1º grado, la fonoaudióloga y el pediatra
sugieren ambos tratamiento psicológico debido a que Francisco padecía hacía
unos meses de terrores nocturnos.
Los padres
refieren: “A las dos horas de haberse acostado Francisco se levanta muy
traspirado, aplaude, va y viene, se mira al espejo, tiene cara de asustado, a
veces se pega, también tiembla, llora, o tiene frío, y habitualmente le salen
ronchas”. Francisco no recuerda nada de lo que pasa cuando se levanta de la
cama. Los padres solo lo contienen cuando se despierta durante la noche pero
que no saben que hacer con esto. La pediatra descartó enfermedad alguna en su
momento y derivó a Francisco al psicólogo en 2008.
Sin embargo,
los padres recién deciden hacer la consulta ya terminando el 1° grado de Francisco
(finales de 2009) obviando las derivaciones de la fonoaudióloga y el pediatra
en 2008. Desde abril de 2009, momento de la derivación del colegio hasta
octubre, que tengo las primeras entrevistas con ambos padres, pasaron 6 meses
más, a lo que los padres aluden: “desde abril tuvimos que digerirlo nosotros”.
¿Que querrán
decir los padres con este comentario?...
El es
arquitecto y ella docente. La madre no ejerce la docencia desde que se casó
hace 12 años y se dedica a la crianza de sus hijos, Francisco de 6 años y su
hermana de 9 años.
Desde un
inicio aclaran que Francisco concurre a la fonoaudióloga desde los 2 ½ años.
Indago un poco respecto al tratamiento y dejan entrever por lo menos 2
diagnósticos: “retraso en el desarrollo del lenguaje expresivo” y un 2º
diagnostico: “trastorno fono-audiológico sintáctico”. “Tenia 2 años y no
hablaba, no decía mamá, solo decía papá”.
En casa, los
padres refieren que “es muy llorón, habla dando lástima, habla como bebé, tiene
ataques de caprichos, no le gusta perder, y si pierde suele llorar. Si no le
sale algo se pone mal y se enoja, y a veces le ha llegado a pegar a la madre.
Muchas veces se levanta de mal humor. Socialmente esta muy bien, tiene
amiguitos y se destaca entre ellos”.
“Te viene a
pedir cosas llorisqueando, se lo marcamos y se pone mal y no da resultado. El
nos está buscando siempre, nada de esto pasa en el colegio ni en la casa de los
tíos. Es en casa que se rebela porque no somos tan tajantes dice el padre. En
algunas cosas es obediente como apagar la luz o chequear que la casa este
cerrada, pero para otras necesita que nos engranemos, como quedarse en la mesa,
terminar de jugar a la computadora o bañarse”.
Desde el
inicio de las entrevistas con los padres se observan diferencias notorias
respecto al trato de cada uno con Francisco e incluso “distintas visiones
respecto a casi todos los temas” comenta el padre. Algo de esto se pudo ver
respecto al interés de ambos en las entrevistas iniciales. Al padre se lo
observa un poco reticente al tratamiento de su hijo, a diferencia de la madre
de Francisco, quien sí estaba muy interesada en ocuparse de los síntomas de su
hijo.
Cuando la
entrevisto a la madre me cuenta que: “quizás el hecho que haya estado enfermo
de reflujo de muy chiquito, y que pudiera ahogarse, hizo que ella estuviera muy
pendiente y apegada al él y que lo haya sobreprotegido demasiado. A mi me quedó
esa cosa de indefenso. Que necesita que una lo atienda. A mi me da cosita. Yo
soy tan insegura como Francisco”. Se puede observar a una madre que se pregunta
por algo que le está pasando a su hijo, e intenta construir posibles
explicaciones a los síntomas de su hijo.
El padre, en
principio, parece estar preocupado por la falta de independencia, la cosa del
dudar, lo inseguro que es y que siempre está preguntando aunque sepa. Sin
embargo, lo que apareció como importante para el padre y clave en su decisión
de traerlo a la consulta fue el que viniera teniendo reiterados terrores
nocturnos.
A solas el
padre me comenta: “La forma de ser de cada uno es así y va a ser así. Es innato
de uno. No se si es genético o adquirido pero uno nace así y se muere con esas
formas de ser.” A raíz de preguntarle si
esto que dice es tan así y como lo vive él, el padre comenta: “Siempre me sentí
en inferioridad de condiciones: petiso, gordito, judío… en este país aprendí a
vivir con todo esto. Gracias a Dios mis hijos salieron a mi mujer. Yo siempre
miro desde afuera, no involucrándome demasiado. En la misma entrevista comenta
que Francisco tiene miedo a equivocarse, a defraudar a los padres. Juega y
participa desde afuera”. “¿Cómo sabes? Es la pregunta que siempre me hace Francisco.
Me fastidia porque son preguntas muy obvias. ¿Cómo le explico que es marrón?
¿Qué alguien se llama Ramón? Pregunta como sabes en momentos inoportunos. A lo
que pregunto: te preguntaste si ¿Se hace el sota? ó ¿realmente no sabe? ó ¿Si
se hace el que no sabe? “En realidad no sabemos si no sabe. Con mi suegro pasa
lo mismo, pregunta cosas que ya sabe. Quizás me fastidia que me trate como que
no sé”.
Luego comenta
que él supone que su hijo lo está cargando, poniéndolo a prueba, desafiándolo. “El
quiere saber de donde lo sé yo”. La madre comenta: “Creo que lo subestimamos
demasiado”. En otra entrevista el padre refiere: “cuesta que entienda pero va
entendiendo. Yo sé que no debería enojarme pero pregunta tanto, es tan
avasallador, que a la pregunta 22 me saco. El quiere decirte algo pero te lo
pregunta. Te pregunta y después no te escucha cuando le explicas. Viene con
mucho temor a preguntarme. No quiero que tenga ese temor hacia mí”. El padre
parece ser alguien bastante autoritario tanto con su mujer como con sus hijos. El
padre refiere: “si yo tengo que meterme se pudre todo…”, “yo soy el cuco…”.
Promediando
los 6 meses de tratamiento, al salir del consultorio con Francisco, el padre me
comenta de pasada: “Tuvo un terror nocturno y creo que está asociado con un
episodio que yo generé”. Decido citarlo para trabajar esta cuestión. Palabras
del padre: “Siempre en la relación fui severo, de dar paliza, luego le daba
algún chirlo y hace rato que no le doy. Antes había situaciones pero ahora
cuento hasta 10. A
partir que venimos acá se le acabaron los terrores nocturnos. Pero ese día
reaccioné mal y lo corrí y le pegué. Quizás le produje miedo. Ese día a la
noche tuvo terror nocturno. Yo lo asocio a eso”. ¿Qué pasará que reaccionas
así? “Es algo espontáneo mío, tengo que demostrar quien manda acá, si yo me
quedara quieto estoy dejando que el siga reaccionando así”.
Algo que me
llamó la atención y que pude pensarlo mucho después, fue cuando la madre -luego
de comentarme hacía ya un tiempo, que estaba muy interesada en empezar a
trabajar- me plantea al finalizar una entrevista a padres que la próxima
entrevista con ella no podía venir porque coincidía con el horario de
adjudicación para un puesto como docente. En ese momento, y antes que yo le
respondiera, el marido le plantea que venga igual a la entrevista y que llegue
más tarde a la adjudicación. Intervine dando lugar al interés de la madre y
acordé otro horario con ellos. Por suerte para Francisco y para ella, la madre
consigue el puesto en el colegio, que si hubiera llegado tarde pocas chances
tenía. A raíz de ello, no solo que este cambio no afectó a Francisco (era un miedo
de la madre) sino todo lo contrario, se empezó a vestir solo y a hacer la tarea
sin necesitar a la madre, y con sorpresa para todos, el padre de Francisco se
ocupó de los quehaceres hogareños durante la mañana. Después de unos meses la
madre renuncia al verse colapsada con el trabajo y la culpa de no ocuparse de
su hijo.
Promediando el
tratamiento empecé a ubicar algunos cambios que se fueron dando paulatinamente en
Francisco: dejó de llorisquear en el colegio, empezó a ser más independiente en
el colegio, y a su vez también poder jugar solo, cuando antes reclamaba que
jueguen con él, dejó de estar tan demandante con la madre, se viste solo, hace
la tarea solo cuando antes la madre tenía que sentarse con él, trae notas muy
buenas, se hizo amigos en las vacaciones y organizó partidos de futbol en la
playa. La madre ubica que ya no está tan bebé y que empezó la escuelita de
futbol 2 veces por semana. Está mucho menos cargoso y preguntón comenta el
padre. Y sobre todo que los terrores nocturnos habían desaparecido.
¿Ustedes se
preguntarán por que traigo este caso? Durante las entrevistas con Francisco se
me hizo presente y necesario poder reflexionar respecto de una cuestión clínica
importante. ¿Cuál? La de ¿Cuando concluir un tratamiento con niños en un hospital?
Cuando
reflexiono respecto a un posible “concluir de un tratamiento” se me vienen a la
mente algunos conceptos: alta institucional, conclusión, fin de análisis,
interrupción, tiempo, transferencia, y alguna que otra más. Por cuestiones de
tiempo voy a tomar los conceptos de “conclusión” y “alta institucional” e
intentaré hacer algo con ellos.
Me pregunto
nuevamente: ¿Hasta cuando un tratamiento con niños en el hospital? Pregunta de
por sí difícil, y más si la queremos pensar de manera general o universal. Creo
que es pertinente clínicamente articularla al caso por caso. Por eso intentaré pensar
esta pregunta en el tratamiento con Francisco.
En principio,
considerar si hay diferencias entre un alta institucional y la conclusión de un
tratamiento en el hospital.
El alta institucional
puede pensarse desde el tiempo finito de atención que ofrece el servicio de
salud mental, con sus extensiones si el caso lo amerita. O también puede
pensarse a partir del levantamiento de los síntomas. Pero a mí, me parecía
interesante, en el caso de Francisco, poder pensar el alta institucional desligándola
de las variables “tiempo” y “remisión de síntomas” y considerar el alta
institucional como un “momento de concluir”.
Momento de
concluir que lo pienso a modo de intervención analítica. Es decir, un alta que
habiéndose trabajado para ello permita en un futuro una posible formulación de
demanda por parte de los padres. Es necesario concluir para que se pueda perder
algo de “saber” por parte de los padres y poder así preguntarse algo. Un
concluir pensado y ligado a intervenciones que apunten a que los padres se
pregunten que tienen que ver ellos con lo que le pasa a su hijo. Vía un
concluir poder devolverles algo para que se lleven a casa y que alguna posible
demanda a futuro vaya decantando.
En el caso Francisco,
se ve como los padres tardaron un tiempo considerable, en hacer la consulta por
su hijo, sabiendo de las derivaciones que habían realizado los distintos
profesionales e incluso el colegio. Ellos aluden que “tenían que digerir la
cuestión”. Sin embargo, y a riesgo de estar equivocado, no creo que se hayan dispuesto
todavía a digerir la cuestión.
Luego de
realizar la consulta y sostener el tratamiento durante 8 meses con abundantes
entrevistas a padres, no observé que se haya cedido lo “suficiente” por parte
de ellos dando cuenta que se sienten involucrados en lo que le pasa a su hijo. Tampoco
pudo ponerse todavía algo en juego que permita trabajar las cuestiones
fantasmáticas de los padres. Quizás les demande tiempo digerir la cuestión, o
poder angustiarse por lo que le pasa con su hijo, pero será un tiempo que
excede al tiempo institucional del hospital.
Mi
intervención de concluir el tratamiento, más allá si coincide o no con los
tiempos institucionales, apuntó a dejarles a los padres de Francisco una porción
de responsabilidad subjetiva que vaya haciendo efecto para que en algún otro
momento puedan venir en una posición más barrada y queriendo ceder algo más que
sólo traer a Francisco, quien de alguna forma viene soportando los fantasmas de
los padres: el del padre, creo que es el más importante de los dos, que se condensa
en el significante “miedo-saber” y el significante materno de “bebé-indefenso”.
El significante
saber está jugando todo el tiempo en la vida de Francisco. El pregunta todo el
tiempo sobre todo, preguntas de un hijo que quiere agujerear al padre, a quien
se le vuelve demanda y no sabe bien como ubicarse respecto a ella.
Pero también
vemos en él una posición de “no saber” que está asociada al supuesto retraso en
el lenguaje que tiene desde chico (no habla para el promedio de su edad, luego
más adelante pronuncia con dificultad la
R y entrando en la escolaridad es lento en lecto-escritura). Es
así como Francisco ubicado en una posición de no saber, actúa como no sabiendo,
o dicho de otro modo, se hace el que no sabe, y desde ahí se vincula con el
mundo, mostrando así indicadores de algún posible diagnostico psicopedagógico. Los
padres comentan que Francisco tenía a la hermana de 9 años como su traductora,
o sino le adivinaban lo que quería decir. “Francisco quiere asegurarse que le
entendimos, sino le entendemos se pone loco. A veces le cuesta hacerse entender
o no sabe explicar lo que quiere decir”.
En el
consultorio no dejaba ninguna duda de lo que quería, era claro a la hora de
hablar y demostrar lo que tenía ganas. El significante saber también se
apreciaba en las entrevistas con Francisco de dos maneras: una a modo de
anticipación del saber, allí donde dice: “tenés los mismos juegos” y, otra
donde desconoce el saber, ahí cuando dice: “no sé jugar”, cuando en realidad si
sabía jugar”.
A diferencia
de sus padres Francisco sí pudo hacer ciertos cambios a nivel subjetivo que se
vieron reflejados en 2 cosas: en la evolución en su forma de jugar y, en el apropiarse del fanatismo por el futbol.
Me atrevo a
pensar que en este tiempo de entrevistas con Francisco esos cambios fueron la
antesala para poder pensar la conclusión del tratamiento a modo de intervención
para con los padres.
Respecto al juego,
Francisco empieza jugando en el consultorio a un juego y al terminarlo plantea:
“bueno ¿y ahora?”. Se desespera por jugar a otro juego. Necesita cambiar de
juego, no puede sostener el mismo juego varias veces. Esto al principio es
bastante seguido, cuestión que me planteaba el ir a buscar con él al menos unos
4 juegos por entrevista.
Luego se
empieza a instalar el juego de la oca en sus diferentes versiones. Varias veces
juega como si no supiera, avanza y retrocede. También presenta una preocupación
excesiva por la cuestión de ir perdiendo o ganando. “Estoy perdiendo”, “me vas
ganando”, “me vas a ganar”.
El juego en un
momento pasa de la oca a los palitos chinos y ahí empieza a jugar 2 o 3 veces
al mismo juego. “Uno más y listo”. También incorpora el memo-test y ahí se
observa lo rápido que es para jugarlo. En el veo-veo cuando es difícil elige
colores equivocados sabiendo perfectamente cuales cada color.
Francisco
comentó que siempre hay los mismos juegos, y habiéndole yo ofrecido que el
trajera algunos de su casa, me dice que se olvida de traer los juegos. Seguido
de eso me comenta que se compró el golazo (el juego de la oca pero con motivos
de futbol, que ya habíamos jugado juntos en el consultorio). Dice que no le
gusta dibujar y que no sabe que hacer y me pregunta que pasa si jugamos de
vuelta al golazo. “¡Dale el desempate!”.
A partir de
ahí, el golazo empieza a tener protagonismo durante todas las entrevistas hasta
la conclusión del tratamiento. Ya en las ultimas entrevistas se lo ve más
relajado jugando, pero sin dejar de tener preocupación por el ganar o perder.
El otro cambio
subjetivo que se observó durante el tratamiento fue de como se fue apropiando
del fanatismo por todo lo que tenga que ver con el futbol, los equipos,
camisetas, campeonatos, partidos, resultados, etc. En el juego ese fanatismo se
jugaba en el golazo. En un momento el padre me comenta lo sorprendido se sentía
por todo lo que sabia su hijo de futbol: “sabe más que yo. El es de Racing por
que yo soy de Racing. El abuelo es de boca. Yo tengo la intuición de que le
gusta ser de boca. Cuando pierde boca se pone peor que cuando pierde Racing. Un
día se puso a llorar mal porque lo echaron al técnico de boca y porque el señor
se iba a quedar sin trabajo”.
Para terminar
no quería dejar de realizar una observación que Francisco desplegó en las
últimas entrevistas: Le pregunto ¿Te acordás para que venís? “Sí para aprender,
jugar y hablar”… y ¿Tenés ganas de seguir viniendo? “No sé, las dos”… Al
escuchar esto pensé, “aprender” ya lo estaba haciendo y muy bien en su colegio
e incluso no quería perdérselo, “jugar” también lo estaba haciendo y por suerte
prescindiendo de su madre, y “hablar”… simplemente para eso… ya habrá otro
tiempo…