ESPECIFICIDADES DE LA TRANSFERENCIA EN LA CLÍNICA CON NIÑOS: EL LUGAR DE LOS PADRES, LA PUESTA EN JUEGO DE LA TRANSFERENCIA.*

*Trabajo presentado en la 1º Jornada del Equipo de Niños del Hospital Alvarez: “La clínica hospitalaria, obstáculos e invenciones” (2011)

Lic. Marina Carreiro


Me propongo abordar el tema de la transferencia en la clínica con niños tomando la vertiente del trabajo con los padres y el lugar de los padres en el análisis de un niño, cuestión que tiende a captar gran parte de la atención de los psicoanalistas que atienden niños. Tomaré como eje el lugar de los padres, diferenciándolo de las llamadas “entrevistas a padres”. La propuesta es ubicar a las entrevistas a padres como algo que puede darse o no dentro de un tratamiento con un niño. En contraposición, el lugar de los padres (o terceros) es pensado como algo que atraviesa todo tratamiento incluso cuando no existe la opción de las entrevistas a padres (ya sea porque decidimos no sostenerlas, ya sea por  propia imposibilidad de los padres o por no contar con la posibilidad de la presencia de los padres).

Me interesa poder ubicar y sostener la pregunta respecto de si existe un más allá de la dimensión que es ubicada por Freud como específica del trabajo analítico con niños, es decir, la presencia de los padres o de la maniobra con los padres. La pregunta a formular sería si es posible pensar un niño en análisis más allá de cuál sea la posición de los padres respecto del análisis, y si es que, siguiendo este posible más allá, podríamos encontrarnos con otras especificidades del análisis de un niño. 

Más aún, me interesaba que podamos poner en cuestión algo que se afirma muy menudo respecto de la dimensión de la presencia de los padres o terceros en el análisis de un niño, y es que dicha variable funcionaría como tope respecto de las posibilidades de análisis de un niño, condicionaría la continuidad de la cura o el mejoramiento de los síntomas. 

Propongo invertir el orden y la significación de las interrogaciones para abrir al juego la siguiente hipótesis: Muchas veces, la pregunta por el quehacer con los padres sostenida por los analistas de niños y puesta en el lugar de aquello que hace tope a las posibilidades de análisis con un niño, puede funcionar como tope respecto de las posibilidades de librarse al encuentro con el niño. 
Propongo pensar, más que preguntarnos si la presencia de los padres constituye un tope/límite en el análisis de un niño, que cuando esto se afirma, funciona ya como tope respecto de las posibilidades de trabajo (apuesta) a realizar con un niño.

¿Acaso la única especificidad de la transferencia en análisis con niños es que haya padres en juego? 

La idea es que podamos encontrar una salida a la vieja oposición entre priorizar las intervenciones respecto de la neurosis de los padres al trabajo con el niño y viceversa. 

Sin desconocer la dimensión de la presencia de los padres como una especificidad que adquiere la transferencia en el análisis con niños, interesa introducir otra dimensión que atañe a la posición del analista respecto de esta especificidad: En ocasiones la inquietud que genera la presencia de los padres no hace más obturar la posibilidad de pensar especificidades de la transferencia también en el  trabajo con el niño, es decir en la relación que se establece entre el niño y el analista; apuesta a realizar por parte del analista del lado del encuentro con el niño. 

Mi propuesta consiste en poder ubicar al trabajo con los padres como una variable más dentro del análisis, una ficha más del juego, y que en ese sentido puede funcionar a veces en beneficio, a veces en contra de los intereses de un análisis.

Para poder poner a trabajar esta hipótesis, entiendo que convendría en primer lugar tomar la vertiente del lugar de los padres en el análisis de un niño, para luego poder situar si es posible un más allá de esta dimensión, y desde allí pensar particularidades de la transferencia del lado de la relación entre el lugar del analista y el lugar del niño.

El problema de los “padres”.

En la Conferencia 34, dentro de las Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, Freud se ocupa de algunas cuestiones respecto de la infancia, de las intervenciones posibles en la infancia, de los beneficios y particularidades de estas intervenciones. Resulta realmente muy interesante leer dichos planteos freudianos ya que logra transmitir cierto halo de optimismo respecto del efecto del trabajo analítico en esta etapa de la vida.
Para poder continuar con el trabajo en torno a las hipótesis planteadas, quisiera detenerme en dos de éstas interesantes formulaciones con las que nos encontramos en esta Conferencia:

1) Una de las cuestiones que Freud ubica allí es la relación entre la neurosis infantil y la neurosis adulta, y por otro lado, la diferencia entre la neurosis infantil y el “estallido neurótico en la infancia”. 
En el primero de los casos (la relación entre neurosis infantil y neurosis en el adulto), Freud plantea que la neurosis infantil es el punto de origen de la neurosis del adulto, es decir que solo podría ser deducida a partir del relato de un adulto en análisis. 
Respecto de la segunda diferenciación (neurosis infantil y estallido neurótico en la infancia), implica para Freud, que más allá de la reconstrucción en el análisis de un adulto de la neurosis infantil, existen niños que presentan manifestaciones clínicas, síntomas, que indican un proceso neurótico, y un padecimiento que requiere algún tipo de intervención: “En numerosos niños la contracción de una neurosis no aguarda hasta la madurez, estalla ya en la infancia y ocasiona cuidados a padres y médicos. No hemos tenido empacho alguno en aplicar la terapia analítica a estos niños que mostraban inequívocos síntomas neuróticos o bien estaban en camino de un desfavorable desarrollo del carácter”.

2) La segunda de las cuestiones que Freud ubica en la mencionada Conferencia, se aplica justamente a aquellos casos de niños que manifiestan síntomas o algún tipo de padecimiento que puede ocasionar la atención de un psicoanalista. (Subrayo la palabra ocasión que Freud utiliza allí, propongo pensarla en un doble sentido: como razón o causa por la que algo sucede, y también como oportunidad, como momento oportuno para que algo suceda). A la afirmación de que existen afecciones neuróticas en los niños, Freud  agrega la vertiente de la intervención de un psicoanalista respecto de dichas afecciones, que, como ya habíamos dicho, puede ser entendido en términos de una ocasión en relación al devenir de un niño.

A continuación, abre la pregunta respecto de la especificidad. Una de las especificidades ubicadas por Freud en este texto tiene que ver con la trasferencia. Dice lo siguiente: “Se demostró que el niño es un objeto muy favorable para la terapia analítica; los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego es preciso modificar en gran medida la técnica de tratamiento elaborada para adultos. Psicológicamente el niño es un objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no tolera mucho los métodos de la asociación libre, y la transferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes. Las resistencias internas que combatimos en el adulto están sustituidas en el niño, las más de las veces, por dificultades externas. Cuando los padres se erigen como portadores de la resistencia, a menudo peligra la meta del análisis o este mismo, y por eso suele ser necesario aunar al análisis del niño algún influjo analítico sobre sus progenitores”.

Freud lo dice claramente, la presencia de los padres constituye un rasgo distintivo, casi un sinónimo de “analizar niños”: Rara vez cuando tomamos un adulto en tratamiento se nos vuelve necesario citar a los padres, sin embargo cuando consultan por un niño enseguida nos preparamos para recibir a los padres, es más, la mayoría de las veces conocemos antes a los padres que al  niño en cuestión. Incluso, a veces, nunca llegamos a conocer al niño sino que escuchamos e intervenimos directamente sobre los padres. Si en cambio decidimos ver al niño, los padres traen al espacio llamado de “entrevistas” sus propias cuestiones, sus propias dudas y quejas, inclusive su propio motivo de consulta que puede diferir al motivo que luego podemos discernir como siendo el propio del niño. 

Todas estas cuestiones se nos presentan como teniendo que maniobrar con ellas. Sobre esto no hay una regla, tampoco existe una teoría que nos diga exactamente cuándo es pertinente en el recorrido de un tratamiento convocar a los padres, cuándo al niño, por qué citamos cuando citamos a los padres, etc. Es sabido que existen corrientes teóricas/clínicas que sostienen la idea de pautar determinada frecuencia de entrevistas con los padres. Y si bien es cierto que el momento en el que se decide abrir el espacio para los padres no es cualquiera, es decir que responde a una lógica, la lógica que comanda estos movimientos es la propia de cada caso. En este sentido, es un trabajo que tiene algo de artesanal. Depende del momento por el que atraviese el tratamiento: puede haber momentos en que frente a grandes montos de angustia de los padres puestos en juego en relación al niño, se decida aumentar la frecuencia de los encuentros con los padres a fin de liberar al niño de ser el destinatario de la angustia de los padres. Y, sobre todo depende de las vicisitudes de la transferencia: de cómo el analista responda al lugar (o no lugar) que le es otorgado por parte de los padres, y del lugar que el analista considere que le debe dar al despliegue del relato de los padres. Lo cual no solo varía respecto de diferentes casos, sino también en los distintos momentos de un mismo tratamiento. 

A este respecto, resulta pertinente introducir una pequeña viñeta clínica. Se trata de un caso en el que en primera instancia consideré conveniente un trabajo con la madre del niño en entrevistas en el intento de conmover algo del lugar que este niño tenía respecto del deseo de la madre. Ésta no hacía más que relatar a su hijo desde el rechazo que éste le generaba. Lo mismo hacía en todos los ámbitos por los que el niño circulaba. Es decir, que si el niño, que efectivamente hacía bastante ruido, lograba en alguna oportunidad no quedar expuesto (por ejemplo, si hacía algún tipo de lío en la escuela logrando no ser “atrapado”), la madre se encargaba de ir a contar que había sido él. De modo que se aseguraba no perder en ningún momento el lugar que este niño tenía para ella: ser el “quilombero”, “el que nunca hacía nada bien”, “el mentiroso”, “el ladrón”, etc. 

Luego de mucho tiempo y de diferentes maniobras que fueron desde alojar su demanda en el sentido más básico de escuchar sus relatos acerca de su hijo tomándolos como manifestaciones de su angustia, pasando por abrir al trabajo puntos de su propia historia que consideraba tenían que ver con el lugar tan desafortunado al cual este niño había ido a parar, hasta una derivación a tratamiento para la madre. Mi decisión, frente a lo inconmovible de su posición, fue no convocarla masa entrevistas como única manera de poner en algún punto un límite frente a cierta cuestión gozosa que se jugaba en el relato mismo que esta madre hacía del rechazo que sentía por ciertos aspectos ubicados en su hijo. Continuándose el trabajo con el niño, dándole lugar a la posibilidad y a la necesidad que este niño tenía de que su analista no supiera todo lo que él hacía (poder sustraerse un poco del lugar que él tenía para la madre).

Retomando lo que planteábamos, me interesa subrayar cómo dentro de un mismo tratamiento, puede haber momentos en los que se les da lugar a los padres en entrevista, se apuesta a un trabajo, y luego puede acotarse este despliegue a un mínimo indispensable, inclusive puede decidirse no trabajar con los padres; lo cual también puede ser una apuesta. Todos estos movimientos, tienen lugar en la medida en que el analista piensa las intervenciones desde cierta lógica. Respecto a la lógica del caso anterior, no escuchar a la madre implicaba un modo más de preservar el lugar del niño. Insisto, maniobra válida para este caso en particular.

Por otro lado, cuando nos llega un niño “sin padres”, niños que se encuentran en instituciones o a cargo de terceros, las dudas respecto de las maniobras no son menores: ¿Cómo “conocer” la historia?, o ¿Cómo trabajar con un niño del que se desconoce su historia de origen o quiénes son sus padres?, ¿Cómo localizar quién está funcionando como Otro para ese niño? 

Y aquí surge lo que podríamos ubicar como otra especificidad respecto de lo que llamamos trabajo con los padres o lugar de los padres: ¿Acaso esta pregunta por la localización de quién encarna la función de Otro para el niño no deberíamos sostenerla aún cuando los que consultan y se presentan ante nosotros son los padres “reales”? Ubico esta pregunta como otra especificidad del análisis de niños –sujeto en vías de constitución- poder ubicar quiénes (y cómo) encarnan al Otro que hace de soporte de ciertas funciones necesarias para que un niño se constituya. Veremos más adelante, cuáles son las maniobras respecto del trabajo con los padres que se desprenden y que continúan este primer trabajo de localización, o este primer tiempo de escucha de aquel que se presenta consultando por un niño. 

A este respecto, quería introducir una viñeta. Se trata de una niña de 11 años, S., que es derivada por un juzgado. El momento de la consulta coincide con un momento de pasaje para esta niña que vivía en un hogar (dado que sus padres habían fallecido ambos), y pasaría a vivir a la casa de su abuela. Rápidamente se pudo verificar que quien encarnaba ciertas funciones del Otro para esta niña era una tía materna, que es quien tomó a su cargo la guarda legal de de la niña, y quien la trajo a tratamiento. Su preocupación consistía en cómo hacer para que esta niña sufriera lo menos posible de los avatares de la historia de sus padres, frente a lo cual había supuesto (implícitamente) que lo mejor era que S. no estuviera en contacto con nada que tuviera que ver con esa historia. A la vez, se quejaba de cierta posición “aniñada” de S., “no se responsabiliza de sus cosas”, “no cuenta nada”. El trabajo en entrevistas apuntó a que en todo caso, de lo que esta niña sufría, era de no contar con ningún tipo de acceso a la historia de sus padres más que de la historia en sí misma. Punto que tenía que ver con que esta niña estaba estructurando su neurosis en torno a los avatares del Otro encarnado por su tía. S. no quería saber nada de la historia de sus padres (no es menos significativo que esta niña tenía severos problemas respecto del aprendizaje), en el mismo punto en el que su tía no podía transmitir nada de esta historia por la angustia que le generaba ponerse en contacto con una historia que la implicaba en su relación con su hermana. Aparece luego de un tiempo en entrevistas, varias escenas en las que S. preguntaba qué había pasado con su mamá y su tía le respondía “después te digo”, dejándola en una posición “aniñada”. Esto no quiere decir que no haya marcas respecto de la historia de sus padres, sino que lo que obturaba el devenir de esta niña tenía que ver con este lugar otorgado por su tía. 

En este punto, cabe introducir la pregunta ¿Importa conocer la historia o lo que nos interesa es esa historia que se construye a partir del encuentro con el analista? Donde lo que cobrará algún valor son las marcas de esa historia con las que podremos operar vía la actualidad de la transferencia.  Y sobre todo, no importa tanto en el sentido del conocimiento, para lo cual la única función de las llamadas “entrevistas a padres” podría ser recabar información, recolectar datos de la historia del niño; sino que en todo caso el único saber que nos interesa es en tanto trama significante que anudada a un cierto orden de satisfacción, nos permiten deducir el lugar (o no lugar) del niño.

Otra especificidad

Retomando la pregunta inicial respecto de la especificidad relacionada a la presencia de los padres, y teniendo en cuenta las dos cuestiones que recortamos planteadas por Freud en la citada Conferencia, podríamos decir que en el niño no se trata de cómo el discurso del Otro habla en el relato del paciente (tal como lo ubicábamos respecto de la neurosis infantil como siendo relatada por el adulto en análisis). Sino de la presencia del relato y el discurso de los padres que tiene incidencias en las posibilidades y modalidades de subjetivación, es decir, el niño es un sujeto en vías de constitución, depende del Otro y del lugar o no que el Otro le asigne para poder constituirse como sujeto.  A su vez la presencia de este discurso y relato de los padres, tiene incidencias en las posibilidades y modalidades de intervención, esto es lo que Freud llama “resistencias externas” que pueden ser introducidas en el análisis vía la presencia de los padres.

A lo cual podríamos agregar, la intervención del analista (con los padres, pero no solo con ellos, sino también con el niño) en la infancia como “ocasión” que puede modificar modalidades de subjetivación en tiempos constituyentes. Lo cual es también, a mi criterio, una especificidad del análisis con niños.

El problema del Otro. El lugar del niño

Habiendo planteado la importancia de ubicar quiénes y cómo encarnan ciertas funciones del Otro que posibilitan la constitución de un niño, y habiendo ubicado dicha maniobra como especificidad respecto del lugar de los padres o del trabajo con los padres en el análisis de un niño, me interesaba que pudiéramos situar brevemente qué dimensión/es de esta función del Otro nos interesa para pensar la clínica con niños y, específicamente, el lugar de los padres:

Podríamos ubicar una de estas dimensiones a la altura de los primeros seminarios de Lacan. Es lo que Lacan plantea con el esquema Lambda: La pregunta que se plantea Lacan, y que le permite ubicar esta dimensión, gira en torno a cómo romper una relación meramente especular (eje a?a´). Aquí es donde encuentra su lugar el Otro como lugar de la palabra. Es decir, la función del Otro se inscribe en relación a un lugar tercero desde el cual proviene la palabra plena que va a dar cuenta de la verdad del sujeto.

Un poco más adelante en la enseñanza de Lacan (desde el Seminario 5), es también lo que encontramos en el primer piso del grafo del deseo: El lugar del Otro permite resignificar retroactivamente lo que se anticipaba en el depliegue de la cadena, produciéndose así el mensaje, s(A).

Algunos autores plantean como lugar de falla de la función de los padres, el punto en el que éstos no pueden sostener mas ese lugar tercero, lugar de hacer pasar el mensaje respecto del niño (mensaje al cual el niño se podría identificar), quedando respecto del niño en una relación especular, leyendo de este modo el síntoma del niño como dirigido a ellos. Encontramos ampliado este planteo en el texto de Eric Porge titulado “La transferencia a la Cantonade”.

Lo cual no es menos importante, ¿pero es esta la única dimensión del Otro que nos interesa para pensar el lugar del niño respecto de los padres?

Es en relación a esta pregunta que importa situar la dimensión del Otro como deseante, respecto del cual el niño va a encontrar su lugar, es decir la dimensión del Otro afectado por una falta (barra) . Podríamos ubicar esta dimensión en el esquema de la división subjetiva, en el Seminario 10.Sitúo aquí la pregunta respecto de si el niño se encuentra en posibilidad o no de ser causa para el Otro. Por un lado si esto se ha dado o no. Y por otro lado, cómo se ha dado para ese niño en particular, es decir, si hay una relación entre esa falta en al campo del Otro y el lugar de ese niño en particular (y cuál es esa relación). 

Tomar en consideración esta dimensión, implica pensar la función de la transmisión (y sus fallas), no solo en términos de un mensaje. Sino más bien, como lugar que puede o no ocupar el niño respecto del deseo del Otro. 

Lo cual, respecto del trabajo con los padres, nos llevaría a plantear un paso previo (respecto de pensar que ha sucedido a nivel de una transmisión):

En ocasiones no solo se trata de una  vacilación en relación al sostén de una función, sino que puede suceder que el trabajo consista en instalar ciertas funciones: Por ejemplo las funciones materna y paterna que se sostienen poniendo en juego un deseo no anónimo.

En los casos en los es posible deducir funciones operando (aunque detenidas u obstaculizadas), el trabajo implicaría pensar cómo se rearticulan o reestructuran dichas funciones luego de cierto momento de detención.
Quisiera además subrayar que instalar o restituir ciertas funciones, no implica necesariamente restituir a los padres, es decir que sean los padres los que tengan que soportar necesariamente dichas funciones. 
Y en este punto me interesa retomar lo que planteábamos como pregunta al inicio, respecto de si es posible pensar una dimensión de la transferencia en la clínica con niños más allá de la especificidad que es la presencia de los padres.

Si las funciones tienen que ser soportadas por los padres, entonces ¿qué lugar para el analista con el niño?

El lugar del niño, problema del analista

Propongo pensar que el analista con sus intervenciones -a veces con los padres, a veces con el niño-, vehiculiza la operatoria de ciertas funciones necesarias para que el niño pueda constituirse como sujeto. El analista puede tomar como parte de su función aquellas funciones del Otro que quedan en los márgenes de lo que ese Otro (padre/madre/institución) puede sostener, por los motivos que sea. 

Es posible para un niño construir un lazo transferencial con un analista más allá de la posición de los padres respecto de un tratamiento.
Propongo pensarlo en relación a un material clínico: 

M. es un niño de 10 años a quien sus padres traen a la consulta con una extensa historia de tratamientos anteriores de todo tipo: neurológico, psiquiátrico, psicológico, psicopedagógico, médico, etc. Lo cual había generado una serie de diagnósticos: ADD, TGD, obesidad, etc., etc. 
La  madre, médica, era la que hablaba, solo podía nombrar a M. desde las referencias a las enfermedades y tratamientos. El padre no decía mucho. Ambos decían que no querían saber más nada con tener que concurrir a entrevistas ellos, poniéndome en aviso que si yo los citaba, ellos no concurrirían. Con estas coordenadas, me preguntaba justamente si era posible para un niño construir un lazo transferencial con un analista más allá de cuál sea la posición de los padres respecto del espacio de tratamiento o de análisis. 

Decido entonces no poner ninguna condición y ver a M., quien era traído por su niñera, es decir que para estos padres no había manera de poner más distancia respecto del tratamiento de su hijo.

M. se presentaba en cierto modo indiferente: no hablaba mucho, no me dirigía la mirada (mirada hacia abajo), durante los primeros encuentros relataba lo que sucedía en diversos juegos de computadora a los que jugaba, lo hacía de manera textual, imitando los sonidos y ruidos. Cada tanto yo le preguntaba si le pasaba algo en los ojos ya que no me miraba.  

En una oportunidad pongo de manifiesto mis ganas de dibujar, parecía no registrar lo yo había expresado y comenzado a realizar. Hasta que en determinado momento deja los dos objetos que golpeaba entre sí, se detiene y mira mi dibujo. Comienza a dirigirme algunas preguntas respecto de lo que yo estaba dibujando. Me propone agregados al dibujo. Le propongo que armemos una historia sobre el dibujo.

El encuentro siguiente nos disponemos a dibujar los dos, cada uno su dibujo, él dibuja una especie de robot que luego llamará “Mega Mecánico”, a medida que le va dibujando armas cada vez más grandes y “poderosas” (como extensiones del cuerpo), va iniciando una conversación con el robot que yo dibujo, llamémoslo “Androide”. Le propongo que escribamos una historia, él me propone que cada uno escriba una historia y luego “vemos cómo las juntamos”, agrega: “que sea la historia de cómo fueron creados cada uno”.
Su  historia cuenta que un Dr. llamado “Dr. Mecano” quería apoderarse del mundo y así fue como construyó al “Mega Mecánico” para que sea el robot más poderoso del mundo: “lo construyó con una mega armadura invencible, le puso unas armas poderosas e indestructibles: lanzador de misiles, puños de acero, propulsores en los pies, un taladro que perfora cualquier cosa…”. El Dr. mandó a “Mega Mecánico” a destruir a toda la metrópolis, y después le pidió que vuelva a la base. Pero “Mega Mecánico” se reveló y le dijo que no a su amo. El Dr. se enojó y “Mega Mecánico” destruyó la base del amo y siguió destruyendo la ciudad, hasta que se encontró con “Asteroide”, el robot que al que yo le daba voz…

Continúa un encuentro (diálogo) entre estos dos personajes:

Le pregunto, vía “Asteroide”, cómo es que se reveló del Dr. si seguía haciendo lo mismo que él Dr. quería para él: ser un destructor. 

“Mega Mecánico” refiere que escuchó una vez que el “Dr. Mecano” dijo que el tonto “Mega Mecánico” iba a destruir todo para él, y después de eso construiría otro “Mega Mecánico” más poderoso que haría todo lo que él diga sin cuestionar sus órdenes “Ahí me revelé. Me sentí usado para hacer sus cosas, y después él se iba a deshacer de mi”. Asteroide le pregunta al “Mega Mecánico” si el Dr. Mecano era su padre o qué era. Responde que él lo llamaba padre, pero que “es lo mismo”. A lo que “Asteroide” responde: “claro que no es lo mismo un padre que un Dr”. Su respuesta puso un límite a las preguntas de mi Robot: “Basta de cháchara!! Deja de hablar o sino te hago agujeritos en todo el cuerpo”. Agregando además que “Asteroide” ya parecía un psicólogo…
Al tiempo los padres solicitan una entrevista en la que manifiestan verlo distinto. El padre se sorprende al notar que le dice algo a M. y éste contesta. A la vez que agrega algo que siente que le pasa con su hijo: “A veces siento que no me meto, porque frente al saber (médico) de ella (dirigiéndose a su esposa) yo no tengo qué decir”.

Una de las cuestiones que el  material clínico permite pensar es justamente la posibilidad de la puesta en juego de la transferencia con el niño: Mediante ciertas funciones del Otro que el analista encarna, asume,  se abre un espacio para la construcción de una ficción, donde se ponen en juego significantes de la historia del niño, que adquieren un valor de actual y inician la posibilidad de surgimiento de lo nuevo, por producirse en el contexto de la transferencia, y porque pueden ser escuchados, recibidos por un Otro encarnado en la persona del analista. Erigiéndose, de este modo, como ocasión, en la doble acepción que sugería al comienzo: “La transferencia aparece, propiamente hablando, como una fuente de ficción. En la transferencia el sujeto fabrica, construye algo. Hay en la reproducción de la transferencia algo creador (…) Hay fenómenos psíquicos que se producen, se desarrollan, se construyen para ser escuchados por  un Otro”. (Lacan, 2008 -1960- 1961- p. 202, 203).

Me interesa subrayar que dicha producción tiene lugar  más allá de la posición inicial de los padres respecto del espacio de análisis. Más aún, la posibilidad de ser causa para un Otro, primero jugado en el terreno de la transferencia, habilita la construcción de una ficción y en el mismo movimiento, causa en algún punto el deseo de sus padres, quienes además comienzan a verlo un poco menos “Mega Mecánico”. Y es en este sentido, que podríamos ubicar esta producción en transferencia como teniendo efectos de subjetivación para el niño en cuestión.

Por último, quería retomar a modo de síntesis una formalización del modo en el que me pareció propicio pensar el lugar de los padres. La idea no es una esquematización de cómo deberíamos conducirnos con los padres (lo cual no haría más que extraviarnos e invalidar todo lo expuesto), sino más bien un intento de formalización de aquello que es posible extraer del trabajo con cada caso de los que he ido mencionando y otros.

Primer momento de escucha. Localización de quién o quiénes soportan (o no) ciertas funciones que son del orden de lo constitutivo y de lo estructurante para un niño.

Un segundo momento en el que podríamos considerar dos situaciones diversas:

a) Aquel que consulta es quien encarna dichas funciones, sin embargo podemos ubicar ciertos puntos de obstáculo que (valga la redundancia) obstaculizan o detienen el proceso de constitución subjetiva en ciertos aspectos. La apuesta de las entrevistas iría en la línea de destrabar dichos puntos de obstáculo de modo que el  niño pueda continuar “construyendo su neurosis en paz”. 

b) No es posible deducir la operatoria de ciertas funciones necesarias para la constitución subjetiva, como siendo soportadas por parte de padres o terceros. La apuesta de las entrevistas iría en la línea de la construcción de las funciones que soportan la constitución subjetiva del niño. Construcción de función materna/paterna solidaria a la construcción del lugar de niño. 

3) Un tercer momento que en realidad atraviesa los dos momentos anteriores:
El lugar del analista, soportando y vehiculizando la puesta en juego de ciertas funciones que posibiliten, o bien la continuidad de la constitución subjetiva del niño, o bien que inauguren un proceso de constitución o estructuración.

Bibliografía:

Freud, S. (1986-1932-): “Conferencia 34: Esclarecimientos, orientaciones, aplicaciones”. En Obras Completas, Tomo XII. Buenos Aires. Amorrortu Editores.
Lacan, J. (2008 -1960-1961-): El Seminario Libro 8: La transferencia. Buenos Aires. Paidós.
Porge, Erik: “La transferencia a la cantonade”. En Revista Litoral 10. Buenos Aires. Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.
Silvestre Michel (1988): “La neurosis infantil según Freud”. En Mañana el psicoanálisis. Buenos Aires. Manantial.