MALESTAR, FAMILIA E INFANCIA*

*Trabajo presentado en la 1º Jornada del Equipo de Niños del Hospital Alvarez: “La clínica hospitalaria, obstáculos e invenciones” (2011)

Dra. Sara Wajnsztejn

                                                   
Para Freud, la mujer genitora, era pilar de la familia edípica, monógama, nuclear y restringida propia de “su” modernidad, heredera de las tres culturas de Occidente: griega, hebrea y cristiana. 

En el Cristianismo, las relaciones familiares en el seno de la Divinidad y de la Santa Familia permitieron poner a punto la función del Nombre del Padre.
Dos siglos más tarde es el Derecho quien articula la familia, es así que los padres cobran estatuto jurídico, sea cual fuere el lazo amoroso que los una.

En nuestros tiempos se produjo el estallido de los marcos de la familia tradicional y como sabemos esto produce efectos sobre el niño.

Podríamos hablar de “anomalías familiares” en relación a lo que conocemos como “familia edípica”.

Serge Cottet plantea que la verdadera subversión concierne a la definición misma del parentesco, asistimos a su emancipación y su extensión fuera de la diferencia de los sexos, de la diferencia hombre-mujer, de la diferencia madre-padre. (1)

La eliminación del encuentro sexual en los asuntos de parentesco, la “parentalidad” es lo que caracteriza nuestra modernidad y define el campo de lo rechazado hoy.

Es así que nos encontramos con familias ensambladas, monoparentales, homoparentales, recompuestas, etc.

Ya en 1938, en “Los complejos familiares” (2) Lacan describía un desfasaje entre la normatividad edípica del deseo y lo real social de la familia conyugal moderna, para centrar el síntoma en la declinación de la imago paterna, es decir el padre como ideal.

Esto nos interesa particularmente en la clínica, en el momento de intentar saber a quién se identifica el niño.

Desde hace años venimos trabajando en torno a este concepto, sin embargo creo que es conveniente detenernos y especificar a qué nos referimos cuando hablamos de la decadencia del padre.

Encontramos en la teoría de Lacan, tres momentos que van del deseo de la madre al deseo del padre.

El primero, de la metáfora paterna, en que el Nombre del Padre viene a metaforizar al deseo de la madre, articulando el deseo con la ley. El resultado de esta sustitución es la significación fálica que regirá la vida sexual tanto del varón como de la niña.

El segundo momento, de la pluralización de los nombres del padre, el padre deja de ser el padre muerto, función simbólica enraizada en la religión.
En la única clase del Seminario sobre los Nombres del Padre, Lacan habla del Sacrificio de Isaac, la angustia que se revela en el acto de Abraham, da cuenta de su deseo.

El tercer momento en RSI (3), habla del deseo del padre articulado a una mujer, no como madre, sino como causa de su deseo. Será esto lo que permite a un hombre acceder a su función de padre. Padre es aquel que garantiza que se puede gozar de una mujer, por fuera de todo universal, aquel que encarna un deseo vivo.

“Lo que se verifica en las familias actuales es una disyunción del padre real de la función simbólica, de la cual ya no es soporte ni garantía”. (4) 

Se podría decir que el inconsciente cree en el padre a pesar de las carencias reales de éste.

El psicoanálisis continúa apostando al inconsciente, en la medida que éste rectifica, inventa familias ficticias, restablece al padre a pesar de todo. Qué importa la presencia o ausencia del padre con tal que se tenga la garantía de su nombre y de su palabra.

En este sentido el inconsciente funciona como un automaton simbólico que repara. Los niños inventan un mundo lleno de brujas, monstruos, etc. Que se encargan de domesticar. Se inventan familias ficticias para poner un freno a la voracidad materna.

La cuestión no se asentaría en el padre simbólico, sino en el padre real y un deseo maternal ilimitado.

 Es en estos casos donde se observa la puesta en juego del cuerpo: hiperactividad, violencia descontrolada, ataques de ira, bulimia, anorexia; que evidencian un goce pulsional más que un rechazo, por lo cual, habría que plantearse si son tratables por la única vía de la metáfora paterna.
Lo peor quizá es un demasiado lleno, en una multiplicidad de padres entre los cuales el niño no sabe con quién identificarse.

En “Dos notas sobre el niño” (5) encontramos que “… la función de residuo que sostiene (y al mismo tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de la sociedad, resalta lo irreductible de una transmisión… que es la constitución subjetiva, que implica la relación a un deseo que no sea anónimo”.

De la madre se espera que sus cuidados estén signados por un interés particularizado, si esto no ocurre su consecuencia extrema, que ya conocemos es el hospitalismo. 

Del padre, un deseo que no sea anónimo que lo liga a una mujer que es la causa del mismo, si esto no es así nos encontramos con jóvenes que arrastran un deseo muerto.

Lo real del padre está en relación a un saber sobre su goce que lo separa de su función simbólica. En este sentido no se puede eliminar en nombre de la función simbólica lo que del mito del padre no es simbolizable.

Los padres uno por uno, son las versiones de goce de esta función. Son padre-versiones.

La famosa cita de RSI, en este sentido es esclarecedora: ser padre es haber tenido la perversión particular de atarse a los objetos a de una mujer. Es un lazo muy particular y deja abierto el hecho que esta mujer pueda ser o no, aquella con la que el padre ha tenido los hijos. Esta cuestión nos es muy útil para pensar las familias recompuestas.

Si un hombre se ocupa de los objetos a de una mujer, dice Lacan: lo quiera o no, ocupará el lugar paternal y esto no tiene nada que ver con la voluntad.

La disyunción de lo sexual del parentesco en nombre del hecho que el niño se encuentre bien cuidado (Butler) rechaza la clínica del fantasma.

Nos encontramos con la  paradoja que nunca se ha hablado tanto del niño como de un sujeto, que jamás se ha tenido tanta preocupación por sus derechos y sin embargo nunca como ahora se lo ha puesto tanto como objeto de goce. El tráfico de niños, la pedofilia, la pornografía infantil, lo evidencian.

En estos tiempos de la Ley del Matrimonio Igualitario y la posibilidad de una posterior adopción, con la que desde el punto de vista social y de la justicia no se podría no estar de acuerdo; la pregunta que se nos suscita sería: ¿qué es lo irreparable de la carencia paterna? Una de las consecuencias acerca de las que aún no tenemos respuesta, pero que nos genera grandes dudas sería: ¿cómo estos niños se orientarán hacia el otro sexo?, ¿cómo podrán asumir una posición sexuada, cuando la brújula del padre no entra en juego?

La asunción del sexo, es lo que abre la posibilidad de abordar la maternidad en el caso de una mujer y la paternidad para un hombre. Sólo a partir de la asunción de la diferencia sexual esto puede lograrse. 

La eliminación del encuentro sexual en los asuntos de parentesco caracteriza nuestra modernidad y define el campo de lo nuevo rechazado contemporáneo; se constata su retorno en la pornografía mediatizada en todas las direcciones.
La ciencia por su parte también es generadora de nuevas ficciones y nuevas certezas.

El padre genitor no sólo queda reducido a ser un poco de semen sino que deja de ser lo que fue en la esencia de la tradición freudiana: incierto. 

En cuanto a la madre, ese gran receptáculo de todos los fantasmas nutricios, una probeta la despojó del origen corporal de la fecundación. Además empieza  a ser incierta en el momento mismo en que el padre deja de serlo. Basta tener presentes los contratos de Ricky Martin para acceder a la paternidad.
Sin embargo, sean las ficciones jurídicas, sean científicas, todo ello no podrá dar cuenta del punto de real de lo que es el origen subjetivo de cada uno. O sea la malformación del deseo del cual cada uno proviene, no la malformación genética, sino de lo que fue el encuentro fallido entre los deseos que a cada uno de nosotros nos propulsó al mundo… ¿Quién podrá saber de qué extrañeza de goce proviene? (6)

¿Cuál sería la intervención posible, entonces en estos casos? 

El juego del análisis es una convocatoria a ir por la diferencia, la que instituye el pasar por una palabra. No una cualquiera, sino una palabra conseguida, un significante nuevo, metáfora, que permita, además construir un nuevo saber sobre sí.

En este sentido, el jugar transferencial hace lugar a lo horrible y lo enigmático.

Freud decía que “todo niño que juega se comporta como un poeta … inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada”. (7) 

Lo terrible y fragmentario que adquiere forma, encuentra lugar y guión en la escenificación fantasmática.

Esto podrá ser procesado si es puesto en juego y adquiere carácter de personajes de un jugar transferencial.

A través de ese reordenamiento lúdico, las presencias atormentadoras pueden adquirir un carácter más agradable si son convertidos en otros personajes, por contraste más inofensivos.

Intervenir en el juego posibilita ir intercalando lúdicamente otras versiones de los personajes creados bajo la lógica del fantasma.

Al intercalar versiones, el que juega se irá desligando de las insistencias fantasmáticas.

Vassen toma de Grüner, el nombre de estas intervenciones que intercalan versiones, llamándolas inter-versiones.(8)

 No intervenciones del analista solamente, sino versiones de los personajes surgidas en ese “entre” que es el jugar transferencial. 

En ese cruce entre el niño y el analista, se genera una reconstrucción productiva, una versión otra de los personajes del fantasma.

Lo fundamental del jugar en análisis es lo que se produce entre quienes juegan.

 Es el jugar el que busca palabras y trajes para lo indecible y nos hace jugadores. Es lo que surgiendo entre niño y analista nos sorprende a ambos.
Entrar en juego es entrar en ese “entre” que no es algo que cada uno trae sino la disposición a diseñar, a hacer, entre dos, un lugar donde dejar lo que pueda advenir, lo que esté por-venir, que venga.

Hacer un lugar para que un jugar se despliegue, posibilita estas intervenciones. Es allí, en ese espacio, donde un niño podrá elaborar respuestas para interponer en su campo de batalla.

Respuestas que le permitirán conjurar las presencias que lo traumático y lo indecible asumen.

Respuestas, según Freud, sólo posibles si a ellas ha quedado anudado el placer y de ellas puede extraer alegría.

Para concluir tomo nuevamente algunas observaciones optimistas de J. Vassen: Siempre y cuando haya padres y no “sponsors” o botellones de clonación, siempre y cuando haya procesos de subjetivación y aprendizaje mediados por humanos y fundados en anhelos de trascendencia, podremos mantenernos a cierto resguardo de la intrusión descarnada del presente. (9)

Padres que son insustituibles agentes de una doble función. De inscripción erógena y simbólica por un lado y coadyuvantes de la metabolización de lo inscripto por otro.

De lo inscripto por ellos o a través de ellos, pero también a pesar de ellos o sin ellos, por la sociedad de la cultura y la época.

De las condiciones de inscripción y de las vías abiertas para su elaboración surgirá en el mejor de los casos un ser que puede jugar y podrá jugarse.

Bibliografía mencionada:

(1) Cottet S: El padre pulverizado. Virtualia Nº 15, Revista digital de la EOL.
(2) Lacan J: La familia.
(3) Lacan J: Seminario 22, RSI, inédito
(4) Cottet, S: Op. cit
(5) Lacan, J: “Dos notas sobre el niño”, Intervenciones y textos 2.
(6) Laurent E: El niño como real del delirio familiar.
(7) Freud S: El poeta y la fantasía. 
(8) Vassen J: “¿Post-mocositos?”, en www.juanvasen.com.ar
(9) Vasen J: Op cit