EL PROCESO DE ADMISIÓN EN LA CLÍNICA CON NIÑOS.


* Clase presentada en el marco de las reuniones de equipo. Octubre 2012.

Lic. Marina Carreiro

Para comenzar, me interesaba definir a la admisión como proceso en el cual se  recibe, se aloja y se orienta u ordena la demanda. Dicho proceso no siempre concluye en la derivación  a tratamiento. Es decir que la admisión involucra una decisión, que implica evaluar si la persona que consulta está en el lugar y tiempo precisos para comenzar un tratamiento. Dicha evaluación y decisión tienen valor de intervención, que a veces propicia que alguien que no estaba en el lugar y momento conveniente para comenzar un tratamiento, empiece a estarlo. En este punto la admisión puede implicar una intervención y una apuesta (no es que está de un lado el paciente con su pedido, y del otro lado nosotros evaluando). Para lo cual es preciso tener en cuenta variables que tienen que ver con lo institucional (posibilidades de atención, dispositivos con los que se cuenta), y variables que tienen que ver más con lo subjetivo (coordenadas del motivo de consulta, delimitación de la demanda, pertinencia de un tratamiento para el niño, para alguno de los padres, etc).

Definida la admisión como aquello que orienta la demanda, puede ser pensada como proceso que tal vez excede o continúa las entrevistas mantenidas con el admisor propiamente dichas.

Por un lado, teniendo en cuenta que la admisión consiste muchas veces en una sola entrevista y que además no en toda admisión decidimos ver al niño en cuestión, quedando admitidos muchas veces a partir de la escucha del discurso de los padres o de la combinación del discurso de los padres y de otras instituciones (escuela, defensoría, etc).

Por otro lado, muchas veces sucede que el grado de desorganización inicial es tal (pacientes que se presentan más del lado del desborde), que si bien hay un pedido de tratamiento, no hay direccionalidad al Otro. También puede suceder que haya una direccionalidad al Otro (por ejemplo a la Municipalidad que otorgue una vivienda, o al Hospital) y que sin embargo ese pedido no esté direccionado al Otro que dirige el tratamiento. Entonces, también en este caso hay algo de la demanda que es preciso orientar, para que los efectos sujeto que se dan en el campo del Otro puedan tener lugar en el marco del tratamiento.

Es decir que el trabajo de la admisión como orientación de la demanda, puede implicar un tiempo suplementario respecto de la admisión propiamente dicha. Puede suceder que todo un tratamiento o gran parte del mismo consista en generar que  ese pedido inicial  tome direccionalidad al Otro. Lo cual puede implicar poner en juego otras instancias (hacer intervenir a la defensoría o servicio social, hablar con escuelas); cuestiones que pueden surgir en el proceso de admisión propiamente dicho o ya una vez iniciado el tratamiento.

Además, en el caso de niños, nos encontramos con que el pedido de los padres (que es el que generalmente escuchamos en la admisión) puede no coincidir con lo que al niño lo trae, es decir que habrá dos demandas que escuchar, orientar y construir. Y esto es algo que puede requerir el tiempo de un tratamiento.

Entonces, dijimos que el proceso de admisión puede no terminar en las entrevistas de admisión propiamente dichas, y además comienza un paso antes. Los pacientes que pasan por admisión en el Equipo ya han transitado una primera admisión general al Sector Infanto Juvenil, ya han relatado lo que les pasa, ya han visto al menos a un profesional, y han sido aceptados para recibir tratamiento dentro de la Institución.

En las admisiones al Equipo no utilizamos para su realización anamnesis o entrevistas pautadas; tampoco nos proponemos arribar a un diagnóstico. No es esto lo que va a decidir que alguien sea admitido o no dentro del Equipo. Podríamos enumerar algunos motivos: Por un lado, porque la mayoría de las veces es imposible arribar a un diagnóstico  en la entrevista de admisión, aún cuando se decida ver al niño como parte del proceso. Por otro lado, porque el diagnóstico no siempre hace a la gravedad del caso, sino que más bien lo que decide es la interrelación entre la gravedad (que no siempre está definida por cuestiones diagnósticas) y las características del dispositivo ofrecido por el Equipo. Dentro del equipo han sido atendidos casos de psicosis infantil, y también otros casos (situaciones de abuso sexual del niño por algún miembro de la familia) donde no era justamente la cuestión diagnóstica la que marcaba la gravedad de la situación o aquello que confrontaba con puntos de imposible en relación al tratamiento. Por último, porque el diagnóstico en niños es de carácter problemático en sí mismo, ya que se trata de sujetos en vías de constitución, si cerramos un diagnóstico, también cerramos la posibilidad de que la intervención pueda hacer algo respecto de esa constitución subjetiva.

Entonces, ¿qué es lo que orienta la escucha a la hora de admitir a un  paciente?

Retomemos lo que planteábamos al principio. Por un lado existen ciertos parámetros institucionales o cuestiones más formales que hacen a las características del dispositivo ofrecido y su correlación con las particularidades del caso, del paciente o de la situación. Por ejemplo, sería difícil admitir un paciente que por la gravedad, sabemos de antemano que seguramente requerirá de dos o más sesiones en la semana, siendo que la oferta de tratamiento en el Equipo, respecto a su frecuencia, es de una vez por semana. 

Tampoco sería posible admitir un caso que excede el marco de un tratamiento individual, y requeriría además del tratamiento individual, un dispositivo de Hospital de Día, por ejemplo. (Salvo que consideremos que estos requerimientos puedan ser implementados por fuera del Hospital)

Por otro lado, hay algo más allá de estos criterios institucionales, que tiene que ver con qué es lo que estamos escuchando del discurso del que se presenta en nombre del niño, o del niño mismo (esto que llamábamos la variable mas subjetiva), o en otros términos, qué recortamos o suponemos detrás de ciertos modos de presentación.

En relación a esta segunda variable, una primera cuestión que de ser posible de ser ubicada, a veces permite orientar este primer acercamiento con el paciente, consiste en ubicar las coordenadas sobre el desencadenamiento del motivo de consulta, lo cual nos brinda cierta orientación sobre el tipo de quiebre que se ha producido para que se haga necesaria la consulta. Y en este punto, permite a la vez ubicar cómo los padres han ido respondiendo o intentando dar algún tipo de solución al problema que origina la consulta.

Muchas veces el punto que origina la consulta tiene que ver con un “no saber más que hacer” por parte de los padres, no poder sostener más al niño en su lugar, en el lugar de niño, ni ellos mismos en sus funciones de padres. Haciéndose necesario apelar a un tercero. En ocasiones esta terceridad es ubicada en la consulta, otras veces ya ha intervenido alguna otra instancia tercera (defensoría, juzgado, escuela), que ha indicado el tratamiento.

Entonces, en relación a poder ubicar las coordenadas del motivo de consulta, la pregunta a sostener sería qué tipo de quiebre se ha producido y para quién. Ya que esto también ayudará a decidir si es el niño el que se deriva a tratamiento o es más bien el adulto que habla por el niño, o ambos.

El segundo de los lugares hacia donde la escucha puede orientarse es a rastrear qué lugar ocupa ese niño en el discurso de los padres, de dicha escucha muchas veces es posible suponer alguna cuestión problemática o sintomática del niño respecto de este lugar. Es decir que es posible suponer un punto de padecimiento en el niño, en relación a la posición de los padres, al lugar que en el discurso de los padres tiene el niño o no, o a la captura o lugar de objeto del niño respecto de alguno de los padres. Muchas veces estas son cuestiones que ya desde la admisión pueden ser leídas y que contribuyen a inferir si es que hay un punto de padecimiento en el niño y cuál podría ser este.

Una de las preguntas que solía hacerme (y aún sostengo por momentos) ¿Por qué los niños generalmente no concurren a la entrevista de admisión de su propio tratamiento? ¿Cuándo y por qué decidimos convocarlos?

Las dos respuestas posibles son válidas y ambas implican un cuidado respecto del niño:

Por un lado, teniendo en cuenta que el niño ya ha asistido a la primera entrevista de admisión, ya ha visto a un profesional, seguramente ya se le han hecho algunas preguntas o se lo ha escuchado en algún punto, probablemente ya haya expuesto algo de lo que le pasa frente a alguien que seguramente no volverá a ver. Entonces, pienso que ciertamente se evita cierta exposición y “manoseo” del niño, dejándolo afuera de esta segunda instancia.

Segunda cuestión, en ocasiones en las entrevistas de admisión, los padres exponen (a veces porque no hay registro del niño, a veces porque necesitan exponerlo) detalles de las situaciones vividas, fragmentos de escenas muy propias, respecto de las cuales lo mejor que le puede pasar al niño es no ser espectador ni siquiera de su relato. Es decir, nuevamente se evita su exposición.

Sin embargo, existen ocasiones en las que decidimos que es mejor escuchar al niño, es decir arriesgar el costo que pudiera tener que el niño pase por un profesional más. Creo que lo que orienta dicha decisión suele estar en relación a la particularidad de cada caso. En ocasiones porque no llegamos a poder precisar qué de aquello que cuentan los padres pudiera tener que ver  con el niño; tal vez porque no queda claro si el “quiebre” ha sido tal para el niño o para alguno de los padres. Es común escuchar en admisiones padres que traen al niño a consulta por la angustia que a ellos mismas les genera la separación de pareja por ejemplo, pudiendo el niño no verse tan afectado por esto).

También puede suceder que el relato que hacen los padres nos deja dudas respecto de la gravedad de la sintomatología del niño o de su posición (a la que solo accederemos a partir de la escucha de su discurso). En este punto, determinar el grado de gravedad de la situación nos posibilitará ya desde la admisión poner a jugar los recursos necesarios para facilitar la entrada en el tratamiento, o bien pensar si los dispositivos con los que contamos son los adecuados para responder a la gravedad de la situación.

Puede suceder que se haga necesario ver al niño, en circunstancias en las que los padres relatan una situación (incluso la situación que motiva la consulta) como pasada, y el relato del niño muchas veces sirva para valorar la actualidad de dicha situación.

En este punto, quisiera ejemplificar con una admisión en la que la madre de la niña consulta, paradójicamente, por situaciones que en su discurso son ubicadas como pasadas.  Por un lado, una escena de seducción que involucra a la niña en cuestión con un adulto. Si bien esta la situación para la madre motivaba la consulta, era relatada como siendo algo que ya había tenido su resolución por parte de ellos mismos como padres (habiendo ellos mismos separada a este adulto de la vida de la niña). Lo que se escuchaba que preocupaba a la madre respecto de esta situación, eran las preguntas que la niña le dirigía respecto de la sexualidad. Tampoco quedaba claro solo desde el discurso de la madre –y tal vez esto motivó en parte convocar a la niña- a qué lugar iban estas preguntas, como así tampoco por qué está niña había terminado involucrada en esta escena, ¿Constituía un llamado dirigido a los padres? ¿Qué lugar tenían las preguntas: Eran parte de cierta resolución de la situación, es decir, en lugar de actuar algo desde un lugar tan desfavorable para ella misma como lo era la escena con este hombre, comenzar a desplegar algo de sus preocupaciones al modo de preguntas? Siendo la  opción mas alentadora, de todos modos había que darle algún lugar y alguna orientación. 

O si estaban a dirigidas a angustiar a sus padres, hacerles saber que algo de sus inquietudes persistían, y que de este modo la trajeran a tratamiento, siendo que ella ya había pasado por la experiencia de un tratamiento. Tal vez esto hacía necesario darle un lugar a esta niña, que si bien no hizo referencia alguna a la situación que tanto preocupaba a la madre, sí denuncia como actual lo que su  madre refería en términos de situación pasada: las situaciones de violencia entre sus padres, el modo en que su madre no hace lugar a ningún tipo de regulación, y el modo en el que ella queda absolutamente expuesta, frente a lo cual, según ella mismo dijo, hacía ya mucho tiempo que le venía pidiendo a su mamá que la trajera.

Es a partir del relato de la niña donde nos enteramos que había una denuncia a la defensoría, que había habido una prohibición de acercamiento que no estaba siendo cumplida, etc. Lo cual permitió ya en el proceso de admisión rastrear qué mecanismos se había puesto en marcha, llegando las posibilidades de intervención de la admisión a su límite.

Es decir,  que en la admisión ya hay intervenciones, también hay efectos. Tal vez la pregunta que cabría abrir es hasta qué punto conviene durante las entrevistas de admisión, abrir demasiado el juego, generar cierto lazo que luego va a tener que trasladarse hacia otro lado. Es decir que parte de la intervención en admisión consiste en pensar y ubicar en qué momento las intervenciones llegan a su límite.